(English version follows below)
Markermeer |
Me gusta el mar. Y los barcos. Es una debilidad como otra cualquiera.
Me gusta navegarlos, claro. Pero también me gusta lijarlos, pintarlos, fregarlos, amarrarlos, arborarlos, laminarlos, desmoldearlos. Cocinar en ellos, dormirme en ellos, despertarme en ellos, en un fondeadero tranquilo, o en mitad de una noche oscura de guardia. Acercarme al borde del muelle a recoger la amarra que me lanza un recién llegado, en el muelle de mi pueblo o en el de cualquier lugar en que me encuentre. También me gusta mirar para ellos, simplemente, verlos flotar, cada uno con su personalidad. Me hacen sentir bien, me apaciguan la sensación de que el mundo está desquiciado.
Como cualquier otra debilidad, por veces se hace irresistible, absorbente, obsesiva, y da lugar a excesos. Así es como, después de una surtida lista de excesos náuticos (que volvería a cometer mil veces), decidí -¿por qué no?- gastarme unos pequeños ahorros en comprarme un barquito en algún lugar de Europa, y traérmelo a España en sucesivas etapas con las que