Árbol genealógico.
El fenómeno es simple. Hace cuarenta años mis padres plantan un abeto en la casa familiar.
Con el tiempo, el árbol se hace demasiado alto y es necesario talarlo.
Mejor que “hacer leña del árbol caído”, lo sierro en troncos de metro y medio, y me lo llevo al aserradero de Agustín Bastón Soage, en Cangas, para que me lo corte en tablas (el árbol pasa a ser madera).
Con esas tablas construyo un barco apoyado sobre un balancín, para que juegue y se divierta mi hija (que es la nieta de aquellos que plantaron el árbol, ¿recuerdan?).
Si a ella le apetece, claro. Yo ya me he divertido mucho construyéndolo: no debo pedir más. My first commission, her first command.
PS: el barco se llama Adamastor.
(Marzo de 2016)