Me tocó la guardia del amanecer –que, por cierto, es mi preferida- así que tuve el privilegio de avistar tierra. Cabo Verde. Parece trivial, ahora que llegamos a cualquier parte del mundo siguiendo el GPS, como caballos con orejeras. Pero creo que hay un alivio atávico en avistar tierra, cuando esa tierra son islas. Debemos de conservar un instinto que nos dice que es crucial, y no fácil, en medio de tanta agua, acertar con estos trocitos de tierra diseminados por el océano, sin pasárnoslos de largo por una mala estima... Tierra a la que agarrar un ancla, a la que afirmar una amarra, a la que oler a árboles, a la que bajar a pasear por entre otra gente que pasea… ¡Tierra! (me lo dije para mis adentros, el resto dormían). Siendo el día de Nuestro Señor de 29 de octubre de 2004. Viernes.
Las cimas áridas de la isla de Santo Antão, vislumbradas muchas millas mar adentro, sobresaliendo por encima de las nubes, un poco a estribor de nuestro rumbo, estaban imponentes. Aún navegamos toda la mañana, y debía de ser mediodía cuando