miércoles, 26 de febrero de 2014

Politicians talk. Leaders ACT.



Los pormenores, según hemos dicho ya, son, por decirlo así, el follaje de los grandes sucesos, y se pierden en la lontananza de la historia.
(Víctor Hugo, Los Miserables)


Una COP, en la jerga del cambio climático, es el encuentro anual de la "Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático". Con ese monstruoso nombre, entiéndase el uso sustitutivo de las siglas.

En 2009 se celebraba en Copenhague la COP en su edición número 15. Una larga secuencia de cumbres, con duración habitual de dos semanas, en las que delegaciones de los 192 países de la ONU se reúnen en alguna capital del mundo para
negociar sus compromisos mutuos en la reducción de la concentración de gases de efectos invernadero en la atmósfera.

Frenar el cambio climático…uhmm, vaya: frente a tan altos fines, ¿quién puede estar en desacuerdo? ¿¡qué es lo que hay que negociar!? Pues bien, como en tantos otros objetivos colectivos, el fin está claro, pero no el reparto del esfuerzo para alcanzarlo. Ni cómo lograr ese fin sin renunciar a los intereses-país que entran en conflicto, todos más o menos legítimos; intereses ambientales, pero económicos después de todo; intereses declarados y reales, junto con otros impostados, o menos confesables. Todo más complejo y embarrado de lo que en apariencia parece.

Así pues, se negocia todo. Se negocia hasta sobre qué se debe y no se debe negociar, los asuntos que deben entrar o vetarse en la agenda, cuál debe ser el calendario de esas negociaciones, el lugar de celebración, el slot de tiempo que dedicar a cada asunto... De modo que cuando llega el momento de negociar cuestiones sustantivas, además de que ya han pasado tres valiosos días, los delegados (a camino entre técnicos y diplomáticos) han conseguido desplegar hábiles obstáculos formales con los que condicionar el desarrollo de esas negociaciones a favor de sus propios intereses.

Se negocia hasta llegar al agotamiento (el agotamiento es parte de la estrategia), en reuniones de formato variable, en las que la participación del público se va reduciendo gradualmente: plenary meetings, round tables, contact groups, informal drafting groups, friends of the Chair…

A cada día que pasa, la agenda se va especializando y ramificando, de modo que sólo persisten en la negociación de cada asunto aquellos países con interés estratégico en esa concreta materia, a través de sus delegados especializados en ella. Hasta que en los últimos días comienza el llamado tramo ministerial: desembarcan los altos cargos, ministros y secretarios de estado, se informan de la situación de la mano de los miembros de su delegación (sus sherpas), y de ellos toman el relevo hacia la verdadera cumbre de la negociación, en la que se tratan los asuntos de mayor relevancia política que continúan en disputa (nothing is decided until everything is decided).


Lo que tenía de especial la COP 15 de Copenhague, lo que hacía que no fuese una más, podría resumirse en dos circunstancias: la urgencia, y la oportunidad. La urgencia era que se presentaba como la última ocasión para adoptar un acuerdo mediante el que grandes emisores (EE.UU., China y otras potencias emergentes) se plegasen a un formato legalmente vinculante y con compromisos cuantificados, del estilo del Protocolo de Kyoto que en su día no habían ratificado (simplificando mucho, y con mi sesgo europeo). Y esto debía suceder como muy tarde en 2009, para que ese nuevo acuerdo pudiese entrar en vigor antes de que terminase el período de compromiso del Protocolo, y por tanto darle continuidad sin interrupciones.

La oportunidad era que reinaba la impresión de que no sólo “debía” suceder, sino de que “podía” suceder. Por primera vez en años de negociación climática, se daba eso que se llamó political momentum: la coincidencia de voluntades políticas y liderazgos del más alto nivel, propicios a un gran acuerdo mundial, con objetivos ambientales ambiciosos. Como por ejemplo la presencia de un Obama recién elegido, del que se esperaba un giro climat-friendly en contraste con la saliente administración Bush.

Por eso la cumbre de Copenhague estaba llamada a ser “histórica”. Y por eso las expectativas crecían y crecían, en eufórica inflación, amplificadas por los medios de comunicación, que apuntaron los focos, los titulares y hasta las breaking news hacia un evento que, en efecto, tenía gancho mediático. La COP 15 tenía aura, tenía hasta glamour, y cualquier green diplomat o activista ecologista que se preciase, moría por estar allí, aunque sólo fuese para poder contarlo. La excitación de poder decir: “yo estuve allí”, “yo participé en la concepción de un nuevo orden ambiental planetario”, si se me permite la caricatura.


En aquellas andaba yo, como discreto miembro de la delegación española. Y sí sentí el vértigo de que aquello era posible: los textos de los borradores vislumbraban ese nuevo orden ambiental, y allí iban a reunirse aquellos que podían tomar la decisión ("¿¡y si esta vez sí se ponen de acuerdo!?"). Pero tengo que confesar que no llegué a disfrutar del contagio de esa euforia colectiva: siempre vivía aquellos 15 días de las cumbres como un régimen de encerramiento voluntario, un mal necesario, un peaje personal para poder participar de una experiencia profesional interesante. Euforia, apenas; pesaba mucho más el estrés de mi cometido allí, y la nostalgia que provoca tanto aislamiento (de mi novia, de nuestra casa, de Madrid, y hasta de mi propio trabajo en condiciones normales).

El ritmo de estas cumbres es maratoniano. La vida la haces entre un hotel y un palacio de congresos, sin pisar la calle a la luz del día. Generas un instinto animal obsesivo por dominar los textos que te ha tocado negociar (cada punto, cada coma, cada shall o should que matizan el grado de un compromiso, cada namely o inter alia que delimitan o abren el alcance de una enumeración). Preparar informes para tus jefes de delegación. Elaborar tus propias speaking notes con las que superar el miedo escénico de pulsar el botón del micro y tomar la palabra “on behalf of Spain” (ay , madre…). Correr por los pasillos, no sucumbir a la cantidad de textos cambiantes en circulación, partirse el pecho por una buena conexión WiFi, y nunca - ¡nunca! - olvidar llevarse un par de frutas del buffet del desayuno, con las que resistir algún momento de flaqueza entrado el día.

  

Las sesiones, decíamos, son de quince días, de domingo a sábado. Sólo el domingo intermedio se descansa. Es el día de recuperar sueño atrasado, cargar pilas para la semana final, ordenar documentos, dejar camisas al servicio de lavandería…y prepararse para recibir a tu ministro, que está a punto de aterrizar. Pero también, si sobra tiempo, darse un paseo a la luz del día por el centro de esa ciudad, dondequiera que la cumbre se celebre, escribir una postal, asomarse a una plaza o a cualquier espacio abierto, entre personas “normales”, sin credenciales colgadas al cuello…descomprimir.

Aquel domingo de la COP de Copenhague me desentendí de mis compañeros de delegación, y me escapé a atender una cita que traía marcada desde España: visitar un Amigo 27 en venta en Skanör, unos kilómetros al sur de Malmö, Suecia, del otro lado del estrecho del Öresund.

Estrecho del Öresund (imagen: www.cityregions.org)

La inspección del barco fue bien. Sin sorpresas, todo según expectativas, que ya había aprendido a enfriar de decepciones anteriores. Entraba en precio. Entraba en estado de conservación. Y entraba en equipamiento: poco o ninguno, como a mí me interesaba (¿por qué pagar por un NAVTEX que ya no funciona, por un GPS obsoleto, o por unas velas de regata que no vas a usar?). Casco en perfecto estado; gelcoat sorprendentemente nuevo para un barco de su edad. Acastillaje, aparejo, interiores, incluso motor, todo razonablemente bien. 

“¿Me habré dejado enamorar a primera vista?”. Pero no: “objetivamente, este barco sería una buena compra”, me atreví a pensar en el tren de vuelta a Copenhague, repasando detalles en la cámara digital. “Wendy, parece que se llama”.











La cumbre del clima siguió por una semana más. Hasta que el tiempo para negociar ese gran acuerdo mundial, ya en la madrugada del último día, se agotó. Las grandes metas no se alcanzaron. Nos volvimos todos  para España -los nuestros- agotados y frustrados. El political momentum se desinfló, o se desvió hacia otros asuntos de la geoestrategia. En las semanas y meses siguientes, la actualidad se lapidó a sí misma, y el cambio climático pasó de la portada del periódico a la sección de internacional, y de ahí a la de economía, y de ahí a unas páginas semanales de ciencia y sociedad… Qué lejos queda, por cierto, visto a través de la distancia de una crisis económica arrasadora que nos separa de aquel tiempo, y que en tanto ha reorientado nuestras metas e inquietudes.

Hoy el proceso de negociación continúa, encajando año tras año piezas en el puzzle, probablemente marcado por aquello que podía haber sido un momento decisivo y se quedó en amago. Al menos yo, que me tocó estar “dentro de la viñeta”, tengo esa sensación de soufflé. De todo aquel ruido y aquella furia, sólo se me ha quedado gravado el follaje, los instantes: lo anecdótico frente a lo histórico. Lo que me sucedió puntual e individualmente a mí, sin efectos colectivos, pero sí personales. Mi propia y modesta historia, con minúsculas...

Me senté en el salón plenario unas pocas sillas más allá de Hugo Chávez y de Robert Mugabe (dudosa honra la mía), porque Venezuela, Zimbabue y España ocupan asientos próximos en el orden alfabético de Naciones Unidas. Vi hablar a Obama en las pantallas gigantes de los pasillos, expresando un compromiso que no era el que se esperaba, o el que se necesitaba.

Me patinaba por las aceras heladas cuando salíamos aún de noche a coger el metro hacia el centro de convenciones. Curioseé desde el muelle Nyhaven el Rainbow Warrior allí atracado. Me atiborré de perritos calientes en la plaza Kongens Nytorv con mi buen compañero Gustavo.

Escuché el rumor de que habían detenido a Juantxo López de Greenpeace, por colarse en la cena de gala de la reina Margarita II con una pancarta (“Politicians talk. Leaders ACT.”). Sentí el frío penetrante de Malmö, y sus luces de Navidad, y las familias paseando tranquilamente aquel domingo, ajenas al frenesí de la negociación que se estaba librando del otro lado del Öresund.

Y sobre todo (porque ha seguido formando parte de nuestros días, de nuestra historia), con el estruendo de la COP 15 de fondo, me decidí a comprar ese pequeño gran barco que encontré en Skanör. Que luego tocaría preparar y traerse navegando desde la otra punta de Europa, desde aquellos confines nórdicos, the far side of the world.


El objetivo último de la presente Convención y de todo instrumento jurídico conexo que adopte la Conferencia de las Partes, es lograr, de conformidad con las disposiciones pertinentes de la Convención, la estabilización de las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera a un nivel que impida interferencias antropógenas peligrosas en el sistema climático. Ese nivel debería lograrse en un plazo suficiente para permitir que los ecosistemas se adapten naturalmente al cambio climático, asegurar que la producción de alimentos no se vea amenazada y permitir que el desarrollo económico prosiga de manera sostenible.
(Artículo 2, Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático)


…y propiciar un diálogo de franca distensión que les permita hallar un marco previo, que garantice unas premisas mínimas que faciliten crear los resortes que impulsen un punto de partida - sólido y capaz, de este a oeste y de sur a norte – donde establecer las bases de un tratado de amistad, que contribuya a poner los cimientos de una plataforma donde edificar
…un hermoso futuro de amor y paz.
(Joan Manuel Serrat, Algo personal)


A boat has to have eye appeal or you won't be happy with it...but don't fall in love! A pretty shape should just qualify a boat for consideration. Conversely, if you hate the lines, save everyone´s time and don't even go aboard.
(Don Casey, Complete Illustrated Sailboat Maintenance Manual)



Foto: Publico.es
Muelle Nyhavn, Copenhague (DK)




Navidad en Malmö (SE)

En Skanör (SE). Puente del Öresund al fondo.

2 comentarios:

  1. Hola Pablo, hace poco me enteré de la existencia de tu blog gracias a mis contactos lucenses y confieso que me lo he leído de una sentada. Ahora me debato entre el odio provocado por la envidia y la admiración por lo bien que escribes...
    Creo que voy a decantarme por lo segundo: ¡Felicidades! También he de reconocer que Wendy es una preciosidad, espero poder saludaros cualquier día en la ría cuando nos crucemos de vuelta encontrada.
    Saludos de un tocayo, y cuando quieras será un honor tenerte a bordo del Abraio.

    ResponderEliminar
  2. Caray, Pablo, muchas gracias por tu comentario, es muy halagador.
    Abraio es un nombre muy bonito y sugerente... espero entonces que nos veamos en el agua, ¡el honor será mío!
    Gracias por tu visita.

    ResponderEliminar