lunes, 9 de septiembre de 2013

First, you will need a tree


And his wife did say unto him, husband why must you have so many boats? 
And he replied unto her, wife I do not understand the question. 
And she said unto him, I do not care whether you understand, you are not getting any more boats!
And he did understand.

En 2009 mi padre me regaló un bote antiguo que recuperó del olvido, medio abandonado en una marisma; lo rehabilitó  y hasta lo legalizó. Es un barco de fibra de vidrio. “De plástico” diríamos, si quisiéramos ser despectivos...Pero no queremos, porque, aparte del placer contemplativo de los barcos de madera, es sobre barcos de fibra de vidrio que lo hemos navegado todo (mucho o poco), y por tanto a los que debemos incontables dosis de felicidad. A pesar de ese pecado original (ser de poliéster) tiene formas de bote clásico, con
quilla y arrufo pronunciados, proa afilada y vertical, y popa invertida. Incluso el contramolde está nervado con refuerzos transversales equidistantes que parecen emular cuadernas. Vaya, que es un barco muy bonito. Lo que Guillermo Gefaell, de la Asociación Galega de Barcos Clásicos y de Época, clasificaría como “un nuevo clásico” (AGABACE).

Se llama Julia, como mi hermana, aunque para sortear cierto requisito legal, según el cual no puede haber dos barcos con el mismo nombre en el registro marítimo, está inscrito como “Juliae” (con esa “e” latina añadida al final). Se ve que ya debía haber unas cuantas Julias inscritas antes. Cosas de la reglamentación marítima española. No sé si la coincidencia que está prohibida es dentro de la misma lista, o de la misma Capitanía. Pero, ¿no basta con el folio, como identificador inequívoco del barco? En fin, yo creo que padecemos (en España) de exceso de regulación, y esto es un síntoma más (como también creo que padecemos de exceso de desobediencia a las normas -falta de “autoregulación”-; lo que no sé es si fue primero el huevo o la gallina). Mientras se nos cura, debemos bautizar a los barcos de recreo, no con el nombre elegido (soñado), sino con el que “estaba libre” en el registro marítimo. O añadirle un número al final del nombre (“Arpón 4”, “Carmela segundo”), que viene a ser lo mismo que cuando creas una cuenta en yahoo y ya te han cogido el nombre. Menos mal que no pasa lo mismo en el registro civil cuando uno inscribe a un hijo…

El caso es que las líneas clásicas de este “Juliae”, que siempre se ha propulsado con fueraborda o a remo, nos inspiraron la posibilidad de aparejarle una vela, un timón generoso que actúe también como orza, y así convertirlo en velero. A ver qué tal se comporta. Quién sabe si no fue concebido para eso.

En algo hay que perder el tiempo que vamos teniendo: en estos pequeños desvaríos está la chispa de la vida. Como los esfuerzos, las energías, y la planificación de tareas, se gestionan mejor bajo el formato de proyecto, decidimos poner en marcha el

“Proyecto Juliae: ¡Temos que darlle esa alegría ao vento!”

recordando aquel vibrante poema de Antón Avilés de Taramancos. Con estas cosas hay que ir a lo grande, porque la grandilocuencia enardece los ánimos.

Dediqué bastantes horas a medir y calcular: supongo que por deformación profesional (¿o siempre fui así?), uno ya no sabe tomar decisiones sin fundamentarlas en el análisis de alternativas, o en la síntesis del proceso de diseño (variables de entrada, condiciones de contorno, restricciones en forma de ecuaciones…). Nada preciso, ni técnicamente riguroso, porque soy profano en todo esto, pero al menos lo suficientemente detallado como para tener noción de proporciones y de órdenes de magnitud, y no acabar desgraciando el barco con soluciones completamente fuera de medida. Superficie de deriva de la carena, posible ubicación del metacentro, superficie y geometría del timón para generar suficiente arrastre, superficie vélica y posición del centro vélico, alguna estimación empírica sobre estabilidad (ángulo límite de estabilidad) y flotabilidad (cuando digo empírica…en fin, ver fotos).

Pasaron semanas de frenesí mental, de incontinencia de ideas y soluciones constructivas, de hacer garabatos con los que perfilar detalles, en los tiempos muertos más insospechados (aeropuertos, aviones, metros, parques de jardín…). Hasta que llega la hora en que es obligado ponerse manos a la obra, pasar a la acción, dejar a la improvisación todo lo que haya quedado por definir, pues si no, se corre el riesgo de no empezar nunca, y que el día a día nos arrastre a otras dedicaciones. Algo así sucede con una travesía: si esperas a alcanzar la preparación perfecta, no zarpas nunca…

Y qué mejor para empezar que el mástil: es una pieza completa, autónoma, un proyecto en sí mismo con principio y final, y una parte esencial del barco, pues es la que más singularmente le confiere la condición de velero.

Lo dimensioné a flexión para el caso en que trabajase empotrado en el banco de arbolar, a través de la fogonadura. Y también a pandeo, para la hipótesis de mástil atirantado con un obenque volante tipo burda o troza. Calculé para una superficie vélica de 10 m2 y vientos de hasta 20 m/s (unos 38 nudos), coeficiente de seguridad 1’5.  Todo lo cual es seguramente una exageración, y con ese presentimiento, tengo anotado al margen de un trozo de papel, hablando conmigo mismo: “si sales a navegar con 40 nudos, mereces que el palo se te rompa en la cabeza, por gilipollas”.

Altura de 4 metros, que me permitiría arbolar aparejos variados: cangreja y foque tipo gaff, latina, sloop, o incluso cutter con ayuda de un bauprés para montar una segunda vela de proa. En la perilla, un bulbo o calcés con dos roldanas empotradas, además de una espiga de la que colgar reenvíos adicionales.

En cuanto al material, tras mucho dilucidar, opté por el cedro rojo americano, por varios motivos:

  • Es muy ligero (en términos de densidad: 370 kg/m3, al 12% de humedad), y esto interesa para no desvirtuar la estabilidad del barco con una pieza tan elevada.
  • Es bastante resistente (530kg/cm2 para la flexión; módulo de elasticidad 80.000kg/cm2, para el pandeo)
  • No presenta grietas, y apenas pequeños nudos
  • Es blando, y eso facilita el mecanizado con cepillo o lija (aunque lo hace más débil frente a arañazos y hendiduras).

Y también, por qué no decirlo, porque me parece muy muy bonito: por las formas que hace la veta, por las tonalidades rojizas, que me han dejado pasmado, pues iban quedando al descubierto a medida que iba cepillando y levantando virutas, igual que contemplar la evolución de una puesta de sol.

Por lo que he aprendido, hay maderas más resistentes, como el pino Oregón, pero son más pesadas. Esto hace que, a igual sección de mástil, el mástil de pino sería más resistente que el de cedro; pero a igual peso del mástil, el mástil de cedro gana: para soportar un mismo esfuerzo, el mástil de cedro puede ser más gordo que el de pino, pero sin duda es más ligero.

Es troncocónico, puesto que en una de la hipótesis (cálculo a flexión con mástil empotrado) las solicitaciones aumentan desde la base hasta la perilla, por lo que la sección variable es la única forma de lograr un diseño estructuralmente eficiente. Así que comienza con un tramo de sección circular constante de 13 cm (que será el tramo empotrado a través del banco de labor), para luego ir reduciendo sección hasta alcanzar los 7 cm. Vuelve a engrosar en el extremo final, para conformar el calcés, que es una caja redondeada con forma de pera invertida con sección 11x13, donde se alojarán roldanas y otro acastillaje, que es lo que efectivamente le dará funciones de mástil.

El grado de optimización es, por definición, siempre mejorable, y hay limitaciones prácticas, de ejecución, que impiden alcanzar el óptimo. La gráfica de más abajo muestra el esfuerzo al que está sometida cada sección a lo largo del palo, para cada una de las dos hipótesis (mástil empotrado, en rojo; mástil atirantado, en naranja), frente a la resistencia ofrecida (en verde). La superficie entre la curva verde y las curvas roja-naranja, es, a efectos estructurales, material desaprovechado, ineficiencia; con todo, creo que las curvas se aproximan bastante.

Como no domino la técnica de laminar madera, y el diámetro máximo requerido no era excesivo, opté por trabajar una pieza de madera maciza (“timber”, que diría un perro inglés): una viga de sección cuadrada, constante en toda su longitud, cepillada en sus cuatro caras, de lado igual al diámetro máximo que alcanzará el futuro mástil (13cm). Este prisma cuadrangular sería la envolvente de la que, por desbaste (a base de cepillado y lijado) extraería el mástil. “Tallar” un mástil, podríamos decir.

Con todo esto, encargué la viga al proveedor de la madera, recuerdo que por fax, desde un hotel lejano, en viaje de trabajo. A la vuelta me fui a buscar el material al almacén de Maderas del Noroeste. Qué bien huelen esos lugares, qué alucinante pasear esos pasillos anchos entre estanterías cargadas hasta la cubierta de la nave de maderas de todas las clases y procedencias. Uno de los grandes placeres de esta vida es tratar con profesionales, de esos que tienen un oficio por encima de un negocio, y allí encontré uno (gracias, Gonzalo). Da gusto gastarse el dinero con gente así.

A partir de ahí el proceso de mecanizado consistía en convertir ese prima cuadrangular, sucesivamente en:

1º: un tronco de pirámide de cuatro caras, a base de provocar una pendiente en cada una de las cuatro caras del prisma recto original.

2º: un tronco de pirámide de ocho caras, a base de achaflanar a cepillo cada una de la 4 aristas de la pirámide cuadrangular anterior.

3º: un tronco de pirámide de 16 caras, a base de achaflanar a cepillo cada una de las 8 aristas de la pirámide octogonal anterior.

4º: un tronco de cono, que es el objetivo, a base de redondear con lija cada una de las 16 aristas de la pirámide hexadecagonal anterior.

La sección es variable, pero esa variación es lineal, lo cual simplificó las cosas. A intervalos de un metro, calculé el ancho de las caras de la pirámide que pretendía generar en la siguiente etapa del proceso. Y uniendo esos puntos dibujé las aristas de esa “pirámide siguiente” sobre las caras de la “pirámide anterior”.

Luego tocó dar forma al calcés. Hacer el cajeado, para embeber las poleas, y el taladro pasante para montar el eje. Así como conformar la espiga.

Lijar, lijar y lijar. Y por fin, tocaba barnizar. Pero para entonces se me acabó el tiempo de vacaciones en la casa del pueblo, que es lugar perfecto para estas “empreitadas”. Así que tuve la genial idea de continuar la tarea en Madrid: allá nos fuimos, la santa de mi mujer y yo, con el mástil en la baca del coche, a enseñarle mundo. Y como es geométricamente imposible meter un mástil de 4 metros de longitud en un apartamento de 30 metros cuadrados, alquilé un trastero en el barrio, y monté allí un taller clandestino de barnizado…Ahora lo recuerdo y me digo “¿¡pero en qué estabas pensando!?", pero la verdad es que en el momento estas cosas parecen de lo más razonables.

Allí metido en aquel trastero, donde el palo sólo cabía en diagonal (y para eso, con cierta inclinación), decorado con las fotos de un calendario sueco pasado de fecha, a la luz de un flexo, seguí lijando y lijando, hasta grano 320, con lija con respaldo de tela, que se hace muy apropiada para hacer “lira”.

Los domingos por la mañana me deslizaba sigiloso fuera de la cama, y me iba a mi taller. De camino al tajo paraba a tomar un café y unas tostadas en un bar asturiano que hace esquina entre Federico Rubio y Jerónima Llorente. Algunos días de sol, cuando soplaba el viento mañanero desde la sierra, tenía la sensación de estar en un puerto de mar, de camino a algún quehacer náutico a la orilla del agua. No en vano, estos desvaríos (junto con la navegación en 470 con Elena y Óscar en Valmayor) han sido la clave para soportar la nostalgia de mar que producen Madrid y toda la estepa castellana.

Luego lo barnicé: 9 capas de barniz, una detrás de otra, con el preceptivo lijado intermedio…

Una cosa que he aprendido con este proyecto es a calcular el número exacto de manos de barniz que necesita una pieza determinada, en función de las condiciones de uso a las que va a estar sometida (sol, salitre, rozaduras, etc). El algoritmo es simple: uno va dando una capa tras otra, hasta que empieza a percibir que, en conciencia y sin autocomplacencias, la pieza gana brillo, profundidad, belleza. Luego hay que seguir lijando y barnizando manos. Y cuando ya estás hasta los huevos (con perdón) de lijar, de barnizar, y de la puñetera pieza, que te apetece pegarle fuego... entonces hay que dar dos manos más. Y entonces sí, se llega al acabado perfecto. La extenuación, y un poco más allá. Hay otro método, pero es retrospectivo: cuando pasado el tiempo, pasas el dedo y la vista por la superficie, y te dices sorprendido a ti mismo “¡la leche!, ¿esto lo hice yo?”, entonces es que has dado capas suficientes. No falla.

Juro que limpié las manchas de barniz con acetona de las paredes, y que aspiré cada rincón. Pero cuando dejé el trastero, no me quisieron devolver la fianza del alquiler por no sé qué polvareda de serrín que se había esparcido por todo el edificio. Qué bien se estaba en la casa del pueblo…

Mientras la vida sigue, entregado a otros asuntos, muchos de ellos náuticos, el mástil espera paciente el momento de se pinchado en el tintero a través de un banco de arbolar que está casi acabado. Y entonces, por gracia de esa integración mástil/barco, convertir al lindo bote en lindo velero. Luego vendrán timón, botavara, verga, velas, jarcia de labor…y ver si aquello navega, que básicamente consiste en comprobar si consigue ceñir con una deriva aceptable. Pero como siempre, el placer estará en el proceso, o al menos ahí deberíamos buscarlo, sin sucumbir a la ansiedad de la meta y el objetivo realizado.

Por el momento, descansa apoyado de pie en el zaguán de la casa de mi madre (la casa del pueblo), que es el único sitio donde me cabe a cubierto. Se mimetiza con la escalera de la casa, que también es de madera. Mi madre, que también navega, le ha puesto a modo de celebración un lazo verde en lo alto, en la espiga. Ella dice que será un mástil o lo que sea, pero que como elemento de decoración, es una preciosidad, y lo enseña a las visitas, que, según suben la escalera hasta el primer piso, pueden apreciarlo en toda su longitud. No me digan que esta anécdota no hace bueno el dicho “madre no hay más que una”.

Hay quien lo mira y me espeta: “es muy gordo”, “es muy largo”, “es muy corto”…así de primeras, sin más argumentación. Puede ser, o no ser (tendríamos que profundizar sobre los aspectos de diseño que comentaba antes). Pero esa no es la cuestión. Yo lo miro y veo varias decenas de horas de trabajo, una pieza esbelta y bonita, un trabajo discreto pero personalmente revelador, una grieta que le hice un día al intentar encajarlo en el puñetero trastero y que ahí se quedó bajo las capas de barniz …veo la estampa preciosa que va a hacer el día que esté montado y navegando; y hasta veo el tronco de árbol que un día fue, en un bosque de algún lugar lejano.

First, you will need a tree.
Well, one and a half trees: Scottish larch for the planking,
 and a bit of English oak for the steam-bent frames...
(Adrian Morgan, Clinker)

¿Quen avisou a tódolos paxaros? [...]
Imos plantar unha cerdeira nova 
de vermello interior vitrificado, 
unha árbore absoluta no infinito 
onde se pouse o vendaval tranquilo 
e a aguia enfurruñada se estremeza 
vibrátil e curiosa como un raio. 

Unha cerdeira é un navío inquedo 
que parte na mañá 
e loita, e vence, 
e síntese apretado polo vento, 
e trae a luz sumisa, acribillada 
estendida na xarcia vitoriosa.[...]

Apousentada así, no vento inviolado, 
ditosa, firme no esquelete do céfiro, 
será como unha fronte namorada. 

Imos plantar unha cerdeira nova 
Temos que darlle esa alegría ó vento. 

(Antón Avilés de Taramancos, Os Poemas da Ausencia)





















































Mi madre me ajusta el cuello del abrigo,
no porque empieza a nevar,
sino para que empiece a nevar.
(¿César Vallejo?)

4 comentarios:

  1. Me ha emocionado, y no sólo porque, ehem, yo soy el notas que aparece en la primera foto junto a la bella lusitana y el bote, sino por la poderosa progresión de la narración, que refleja tan bien lo narrado, y sobre todo por ese bonito último párrafo. (Y sí, madre no hay más que una.)

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  2. Pablo,

    eres un auténtico maestro!!! Me he quedado de piedra, no solo con tu manejo de herramienta para crear esa obra de arte, sino también con que te acuerdes de las formulas de la carrera!

    Ya estoy esperando ver como queda el mástil en el barco!

    un abrazote, compañero!!!

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  3. ¡Me gusta mucho tu proyecto y el detalle con que lo describes! Es imposible no sentirse parte de él mientras vamos leyendo párrafo tras párrafo…
    Y no puedo estar más de acuerdo: “el placer estará en el proceso” :)
    Estaré en primera fila el día que salga a navegar. ¡Tengo toda la ilusión del mundo!

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  4. Realmente esplendido el aspecto del mástil, pero si el tuviera sentimientos estaría sorprendido de la vicisitudes y resultados. Mi mas sincera enhorabuena querido amigo.

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