jueves, 24 de enero de 2013

The companionway


Mi amigo Henrik es un hombre de mar. Nació para eso, se crió rodeado de eso, y se formó para eso. De hecho, vive de eso. O sea, se puede decir que se dedica a los barcos por dinero. Yo, que no tengo sus cualidades náuticas, por dinero hago otras cosas (de algo hay que vivir). Y a los barcos me dedico por puro placer. Por amor al arte. Resumiendo, sin que él me oiga: él lo hace por dinero, yo lo hago por amor. Periódicamente, no obstante, le envidio la profesión
, así que me dejo que me haga algún encargo “profesional”. Un trabajito. Lo que en Galicia llamaríamos “un chollo”.

Ayer di por terminada, por fin, la pieza de madera que hace meses me pidió que recuperase para un barco del que él hace el mantenimiento, en el puerto de Moaña, aquí al lado, hacia el interior de la ría de Vigo. Es un peldaño de teca al pie de la escotilla que da entrada de la bañera a la cabina. Ese lugar preciso que en inglés se llama exactamente “companionway”, y que en español no sé decir. La pobre tenía los machihembrados descoyuntados, y estaba combada por el uso, el agua y el sol.

Así que después de mucho medir, pensar, recomponer, suplementar, encolar, lijar, pintar (soy un lento, menos mal que no vivo de esto), hoy tocaba la mejor parte, la guinda, el paseo triunfal: ir y montar la pieza; y luego quedarse un rato mirando para ella, relamiéndose al ver la tarea acabada.

Me escapé temprano del trabajo, para aprovechar esta tarde de cielo despejado, después de diez días seguidos viendo pasar borrascas una detrás de otra, de esas que tienen las isobaras juntitas juntitas. Al intentar entrar al pantalán, el vigilante del puerto deportivo me dio el alto: “Sólo puedo abrir a socios y usuarios”. Y a mí, que veía como aquella tarde tan apetecible se me iba al garete, me salió del alma decirle: “Soy el CARPINTERO de Nautic Supply” (que es como se llama la empresa de Henrik). “Carpintero” lo dije despacio, convencido, desafiante, silabeando casi. Me miró de arriba abajo, cargado con mis escofinas, mi nivel, mis trenchas, mis lijas de todos los grosores (hasta mi bolsa de herramientas nueva). Y me dijo, reculando en su desconfianza inicial: “Ah, vale, pase, pase”.

Allá entré yo, pletórico, las puertas abiertas de par en par, como se le abren al verdadero profesional, al que conoce un oficio complejo, y por eso hay que facilitarle el acceso lo más directo posible, sin distraerle de su objetivo. A un mecánico, a un médico…a esos que tienen el aura de un druida. “Vaya, corra, a ver qué puede usted hacer”. Mi minuto de gloria. Sentir otra vida, otra profesión, otra vocación.

Me fui directo al tajo. Y allí estuve un buen rato a flote en barco ajeno, atornillando, ajustando, dando los últimos retoques de aceite de teca. Viendo caer el sol por detrás de la punta de O Con, y aparecer la Luna por encima de Meira, y atracar alguna mejillonera, cuando de cuando en cuando levantaba la vista de la tal madera. También, hay que decirlo, escuchando de fondo las proclamas de una manifestación delante de la sede de Nova Galicia Banco (algo de que "no hay pan para tanto chorizo"...).

La pieza no quedó gran cosa. Además de lento, soy un perfeccionista enfermizo, y como no soy demasiado mañoso, pocas veces acabo satisfecho. Pero no importa, como decía aquel contrabandista: “the exercise was beneficial”. Además, a los verdaderos profesionales tampoco les sale siempre perfecto. Y yo, al fin y al cabo, sólo soy un impostor.

Repliego el campamento (papeles de lija desperdigados, alargadera eléctrica, lijadora…), intentando no dejar rastro (los verdaderos profesionales lo dejan todo un poco sucio, pero lo hacen por darse caché). Y me pregunto, con vanidad y orgullo profesional, cuál será la reacción del propietario cuando descubra que, por fin, tiene peldaño nuevo en el “companionway”: ¿le agradará? ¿le habrá valido la pena esperar? ¿presumirá cada vez que tenga invitados a bordo?

Ya de retirada, aprovecho para darme un paseo por los pantalanes. Conozco a Jaime, que acaba de atracar con un Dehler de 8 metros del año 1965. Veo que tiene el palo abatible por el tintero. Así que hablamos de canales, y de lagos, y de Alemania y de Holanda, de cómo los barcos están adaptados a su medio natural (igual que algunas aves son palmípedas y otras no). Cuando le digo que yo acabo de llegar con un barco parecido desde Suecia, navegando, se queda sorprendido; no fue el caso, pero a veces cuando digo esto (siempre con humildad fingida, no me sale nada natural), creo que alguno ha habido que simplemente no se lo cree. Y no me extraña, con lo que nos gusta fanfarronear en este país.

En el puerto de Moaña, por cierto, está prohibido PECAR…y también BAÑARSE (ver foto). Menuda faena, con lo que a mí me gusta pecar, y bañarme. ¡Ah, no!: es que alguien borró la “S” del letrero... Me da por pensar cómo, a pesar de tanto chorizo,  y tan poco pan, en este país también seguimos en plena forma en lo que a ironía se refiere. Lo que en español llamamos exactamente “retranca”, ese preciso registro entre el humor y el desengaño, que desconozco si en inglés tiene nombre.

(24 de enero de 2013)










Puerto pesquero de Moaña

Mariscadoras en la ensenada de Meira

"No hay pan para tanto chorizo"

Mástil abatible


Luna llena desde Tirán

1 comentario:

  1. Precioso texto, jodido país.
    (Precisamente hace un par de días, leyendo otras entradas del blog, recordaba el diálogo entre el contrabandista y el niño en aquella película inolvidable.)

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