...bosques frondosos donde el viento no penetra, olor de árboles, calma.
(Un vagabundo toca con sordina, Knut Hansum)
Suecia, agosto de 2011. Escala en la travesía de regreso de Uddevalla a Kungshamn, por entre los canales de Nord Strómmarna. Atracamos contra una roca en el lado E del islote boscoso de Bassholmen. El ancla con la ankoralina por popa, y dos largos por proa amarrados a las piquetas que clavamos en las grietas de la orilla.
Las vacas mugen en la orilla de enfrente. Comemos en lo alto del promontorio, junto al barco. Hay otros tres o cuatro veleros atracados por el mismo sistema, a unos 20 metros. Las boyas en el centro del canal
también se van ocupando a medida que avanza el día.
Paseamos por el bosque. Setas, lingonberries. Una ardilla se paraliza al vernos; pestañeo una sola vez y ya se ha esfumado. Hay un museo de barcazas tradicionales al otro lado de la isla, más concurrido.
Baño refrescante. Buceo para comprobar qué tal está trabajando el antifouling y cepillar un poco la hélice. La quilla flota sobre medio metro de agua, aunque más allá de la popa se adivina un escalón de 4 ó 5 metros.
Siesta. Parrillada de salmón sobre las rocas de la orilla. Cena en la bañera a la luz de las velas. Chapoteo de dos piraguas (un matrimonio con dos niños). Patos. El barco inmóvil, silencio absoluto. Un ultralijero lo interrumpe; se le disculpa, con la panorámica que debe tener desde ahí arriba, de la que nosotros formamos parte.
Sueño profundo.
9:30 de la mañana, nos hemos dejado dormir. Desde dentro del saco, se oye el cencerro de las vacas, y el chipi-chapo de un motor lejano.
Podríamos quedarnos aquí uno o dos días más. O toda la vida. Pero hay que ir volviendo...
Las vacas mugen en la orilla de enfrente. Comemos en lo alto del promontorio, junto al barco. Hay otros tres o cuatro veleros atracados por el mismo sistema, a unos 20 metros. Las boyas en el centro del canal
también se van ocupando a medida que avanza el día.
Paseamos por el bosque. Setas, lingonberries. Una ardilla se paraliza al vernos; pestañeo una sola vez y ya se ha esfumado. Hay un museo de barcazas tradicionales al otro lado de la isla, más concurrido.
Baño refrescante. Buceo para comprobar qué tal está trabajando el antifouling y cepillar un poco la hélice. La quilla flota sobre medio metro de agua, aunque más allá de la popa se adivina un escalón de 4 ó 5 metros.
Siesta. Parrillada de salmón sobre las rocas de la orilla. Cena en la bañera a la luz de las velas. Chapoteo de dos piraguas (un matrimonio con dos niños). Patos. El barco inmóvil, silencio absoluto. Un ultralijero lo interrumpe; se le disculpa, con la panorámica que debe tener desde ahí arriba, de la que nosotros formamos parte.
Sueño profundo.
9:30 de la mañana, nos hemos dejado dormir. Desde dentro del saco, se oye el cencerro de las vacas, y el chipi-chapo de un motor lejano.
Podríamos quedarnos aquí uno o dos días más. O toda la vida. Pero hay que ir volviendo...
Nos ocupamos del mar
y tenemos dividida la tarea:
ella cuida de las olas
yo vigilo la marea.
(La Mandrágora, J.Krahe/A.Pérez/J.Sabina)
Joder, tengo que decirlo: parece una película de Bergman. Pero de las bonitas, claro, como "Un verano con Mónica".
ResponderEliminarUn abrazo.