domingo, 20 de abril de 2014

Espejismos (postal desde Holanda)



Julio de 2012. Holanda es un país anfibio. Llegas en barco a cualquier ciudad y la atraviesas diametralmente, por el medio y medio, surcando canales que podrían ser sus principales avenidas: el semáforo se pone rojo para coches y bicicletas, el puente (la calle, mismamente) se levanta, el semáforo se pone verde para barcos, que pasamos lentamente ante la mirada de conductores y viandantes, que esperan pacientemente a que
se les reponga la “calle” en su sitio.

Al tren en cambio no, no se le para, son los barcos los que esperan. Pero en cuanto pasa, las vías se levantan (con sus raíles, sus traviesas, su catenaria, y todo, no sé si me explico…) y entonces cruzamos los barcos.

Otras veces somos los barcos los que vamos sobre el puente y cruzamos por encima del tráfico rodado, por lo que llaman “naviducto” o “acuaducto”, que es un canalón gigante lleno de agua por encima de la autopista. O sea que, literalmente, “los camiones nos pasan por la quilla”.

Hay mares interiores de decenas de millas de ancho y apenas 3 metros de profundidad (¡como una piscina!) en los que a veces se forman verdaderos temporales, y en cuyos puertos hay servicio de salvamento marítimo.

Y la tierra es tan baja (los “polders”, ganados al mar) que las vacas tienen que mirar hacia arriba para ver el barco pasar…

Y la tierra es tan plana, que cuando ves a lo lejos toda esa cantidad de mástiles y velas, tienes la impresión de que van navegando por encima de los prados… ¿¡ó son los molinos que flotan!?

Hay una barcaza que vende pizza en la orilla del canal, y en el camping los barcos atracan por entre las tiendas de campaña. Navegamos tan cerca de las casas (de su jardín, de su porche, de su sala de estar), que me veo al timón perfectamente reflejado en la ventana de la cocina, tan cerca que podría aprovechar para afeitarme.

El otro día casi me da un vahído al ver a un tipo levitar por encima de un prado. No es que fuese volando ni nada de eso: iba erguido, rígido, desplazándose lateralmente como sin esfuerzo…A punto estuve de llamar a Amália, que estaba abajo, para que viniese a socorrerme en semejante trance sensorial. Me froté los ojos, y luego de unos segundos volví en mí, al entender que navegaba por un canal paralelo al mío, de pie sobre una neumática con fueraborda, que quedaba oculta por la franja de tierra entre canales. Qué susto me dio, el tío: con lo racional que yo soy, tener que admitir fenómenos paranormales, a estas alturas…

No sé… todo muy raro, con permanente sensación de ilusión óptica, de espejismo. Este país no es, propiamente, una “tierra firme”, y así, no sorprende su devoción y su armonía con las cosas que flotan.

Besos y abrazos de Amália y Pablo.






















(continúa en Standing Mast Route)

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